Las rabietas son explosiones emocionales que incluyen llantos, gritos, pataletas y otras demostraciones de frustración o ira que superan la capacidad del niño para controlarlas. Estos berrinches son comportamientos normales en el pequeño de uno a tres años aunque, en algunos casos, pueden aparecer antes del año de edad o persistir más allá de los tres años. Suelen ser respuesta a una baja tolerancia a la frustración en especial cuando espera que sus demandas y deseos sean satisfechos rápidamente o cuando no le permiten hacer lo que quiere. No puede controlarlas porque siente las emociones pero no las comprende y está en constante conflicto entre su búsqueda de autonomía y la dependencia física y emocional de los adultos. En muchas ocasiones, estas rabietas también aparecen si tiene dificultad para expresar un deseo o necesidad o bien para atraer la atención de las personas significativas.

Cuando la maduración general del niño le lleva a verse a sí mismo como un ser individual, separado de los padres, comienza a tomar conciencia en los movimientos y en las acciones sobre el entorno le ayuda a descubrir que tiene voluntad propia y aumenta la capacidad de transmitir sus necesidades y anhelos. En este momento, en el niño surge una tendencia natural ( incluso deseable) de afirmar su independencia; desea ejercer el control de su entorno. Esto le lleva a decir “no” con frecuencia,  pues utilizando la negación manifiesta su voluntad y aún no dispone de vocabulario para expresar sus sentimientos.

En esta etapa de desarrollo del yo, las conductas egocéntricas se generalizan. Así, a través, el empleo del “no” obtiene la satisfacción de poder modificar de cuantos le rodean. Por eso, suele oponerse a todo cambio o situación que le resulta poco atractiva.

En este periodo, el niño vive auténticos conflictos pues sus comportamientos para reafirmar la conciencia de sí mismo reciben a menudo la desaprobación de los adultos. No hay que olvidar que, muchas ocasiones, el mal comportamiento se debe a que el niño busca, a través de la experiencia, la orientación de lo que debe o no debe hacer, pide la atención en exclusiva de las personas que para él son importantes, o simplemente trata de constatar que tiene voluntad propia.

Quien peor lo pasa durante la rabieta es el niño, pues pierde totalmente el control, se asusta, y después teme perder el cariño de sus padres. Por eso, siempre debemos mostrar nuestro amor al pequeño después de un episodio de rabieta.

Es importante que los padres mantengan actitudes coherentes, unánimes y calmadas ante las primeras rabietas, ya que de ello dependerá en gran parte el comportamiento del niño en el futuro. Hay que intentar comprender los motivos que desencadenan la explosión emocional y ser empáticos con el pequeño, es decir, ponerse en su lugar y tratar de entender sus sentimientos y emociones.

¿Cómo tratar las rabietas?

  • Mantener siempre la calma. Los comportamientos rebeldes son normales en esta edad y no suponen que se sea mal padre o madre y tampoco que el niño sea malo.
  • Acondicionar la casa para disminuir el número de ocasiones diarias en las que se debe prohibir que el niño toque o coja un objeto.
  • Evitar la ambivalencia al fijar normas y límites. El padre y la madre deben estar de acuerdo en lo que se debe permitir o no al niño, y responder del mismo modo cuando surge la rabieta.
  • Reaccionar de forma tranquila pero firme, sin ceder a sus caprichos. El niño aprende desde muy temprano a distinguir entre las negativas firmes y aquellas que pueden cambiar con su intervención.
  • Distraer su atención hacia un juguete o actividad de su agrado, cantar su canción favorita o jugar a poner caras graciosas.
  • Utilizar tonos de voz estimulantes cuando se quiere que el niño haga o deje de hacer algo.
  • Permitir que el niño haga pequeñas elecciones aceptables con frecuencia y ofrecer alternativas siempre que sea posible. Por ejemplo, sobre el cuento que se le está leyendo o el juguete que lleva al parque. Sentirse independientes algunas ocasiones le ayuda a aceptar reglas que son necesarias.
  • Cuando la rabieta esté en curso y esta tenga como objetivo obtener atención, la respuesta más efectiva es ignorarla. Además, es conveniente alejar al niño de cualquier objeto peligroso, separarse unos pasos, continuar con lo que se estaba haciendo y no hablar o utilizar un tono de voz neutral.
  • Cuando la intensidad de la rabieta llega a ser casi inapreciable, arropar al niño con todo el cariño para tratar de que se le quiere aunque no se acepte su comportamiento. Así, le ayudamos a recuperar el control.
  • Las respuestas agresivas, verbales o físicas no aportan soluciones. Además, si el niño ve estas conductas cuando hay problemas, se convierten en modelo que el niño imitará para resolver conflictos.